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Quinta Guadalupe: La casa del indiano

 

La pintura de Evaristo Valle en el Museo de Artes de Oviedo

La pintura de Evaristo Valle en el Museo de Artes de Oviedo.
Foto: Luis Ramos-Alarcón Marcín, Diciembre, 2013.

 

Luis Ramos-Alarcón Marcín
Doctor en Filosofía, Escritor y Artista.

En el Museo de Bellas Artes de la ciudad de Oviedo, hay un extraño cuadro de Evaristo Valle que retrata a un indiano y su mujer. Es extraño el cuadro porque tiene un estilo, entre postimpresionista tipo Toulouse-Lautrec y el expresionismo alemán, pero fue pintado alrededor de 1940. Pero más extraño es el contraste entre el hombre y su mujer. El indiano, aquel asturiano que hizo fortuna en las Américas y regresa a su tierra natal, es representado como un viejo flaco, deforme y amarillo. En cambio, la mujer es joven, llenita y con mejillas rojas de vida. Ambos tienen miradas hacia afuera, hacia direcciones distintas; ella como si se asegurara de que es admirada por los ausentes; él estupefacto, tal vez por lo que ha hecho.

Parece que este cuadro dice que se fue un asturiano, un hijo de esta tierra verde entre montañas, valles y mar; pero regresó una sombra, un monstruo. Esta representación me pareció cruel –aunque tal vez cierta–, pues no muestra los padecimientos del indiano para amasar su fortuna, ni la inversión que hace cuando regresaba al pueblo asturiano y construía o reformaba escuelas, bibliotecas, iglesias, plazas públicas. No, nada se esto se ve en el cuadro. Sólo se ven un Nosferatu y una Madame Bovary, un vampiro y una escaladora social.

Asturias tiene una tradición centenaria de migración hacia América. Desde finales del Siglo XIX, niños y señores asturianos huían de la guerra, de persecuciones, del hambre –de todas éstas a la vez–, pero el primer objetivo era claro: “hacer las Américas”, hacer fortuna. En muchas ocasiones subía al barco un niño de 14 y, después de una travesía en tercera clase que duraba entre uno y tres meses, desembarcaba un hombre dispuesto a trabajar en lo que fuera. Para ellos no existía la adolescencia; no, éstos no adolecen, o son niños o son hombres.

Sin embargo, el segundo objetivo era el más importante: regresar al pueblo natal y mostrarle a todos que se “es alguien”, que se tiene un nombre digno de ser conocido.

Muchos asturianos no lograban estos objetivos y volvían más pobres de lo que se habían ido, o peor, viejos y enfermos, disminuidas sus capacidades para trabajar la tierra, los animales o el mar.
Lo interesante no es que algunos llegaran a amasar grandes fortunas, sino que regresaran a su pueblo a usarla, a construir una gran casa y plantar una palmera en el jardín, verdadera insignia indiano pues de dónde más se podría obtener tan extraño árbol que de las Américas.

El Museo de Indianos es albergado por la casa de uno de los más conspicuos indianos, Íñigo Noriega, amigo íntimo de Porfirio Díaz y quien consolidó su fortuna al apropiarse de las fértiles tierras que quedaron tras la desecación del Lago de Chalco, obra ideada y ejecutada por Íñigo y que lo hizo millonario de la noche a la mañana.

Fotos de Íñigo Noriega y sus posesiones en México, así como un retrato al óleo de Porfirio Díaz. Foto: Luis Ramos-Alarcón Marcín, Diciembre, 2013.

Fotos de Íñigo Noriega y sus posesiones en México, así como un retrato al óleo de Porfirio Díaz. Foto: Luis Ramos-Alarcón Marcín. Diciembre, 2013.

 

Cuenta la leyenda que se conocieron y entablaron amistad después del siguiente suceso en la cantina propiedad de Íñigo: ante el miedo a perder negocio por una nueva impuesta en la Ciudad de México que obligaba a todas las cantinas cerrar sus puertas a medianoche, Íñigo mandó quitar la puerta de su cantina; cuando a medianoche llegan los gendarmes a ordenar que se cierre el lugar, Íñigo muestra su imposibilidad dada la ausencia de puerta.

Díaz lee sobre el incidente en el periódico y se interesa por conocer al empresario español, con quien cultivará una íntima amistad. Prueba de ello son las expresiones que usan en las cartas personales que se enviaban, pues se llaman entre sí “colega” y no falta el uso de la primera persona del plural como sujeto, así como su adjetivación.

La amistad de Íñigo con el hombre más poderoso del país, le permitió la apropiación de Chalco, el establecimiento de una empresa de barcos y ferrocarriles entre la Ciudad de México y poblaciones cercanas, casi tres mil empleados a su servicio y un pequeño ejército de 300 hombres para mantener el orden. Pero este ejército no fue suficiente para detener la Revolución, que quita a Íñigo la propiedad de las tierras y empresas y hace que Díaz salga del país. Íñigo construyó la casa en Colombres –pequeño pueblo de Asturias– también para recibir a su amigo Porfirio, quien, al zarpar del puerto de Veracruz en 1911, prefirió París sobre como destino final de su vida. Íñigo se casó con una mexicana y tuvo cuatro hijos, quienes heredaron más los rasgos indígenas de la madre que los españoles del padre, y a quienes Íñigo envió a vivir a la casa de Colombres con un pequeño ejército de servidumbre.

La casa de Íñigo Noriega en Colombres, Asturias, España. Foto: Luis Ramos-Alarcón Marcín, Dec. 2013.

La casa de Íñigo Noriega en Colombres, Asturias, España.
Foto: Luis Ramos-Alarcón Marcín. Dic. 2013.

 

La casa de Colombres muestra el espíritu del indiano: la creencia en que la abundancia nunca terminará; en que se tiene un don providencial. Esto se respira por todos lados: no sólo en la estridente y desproporcionada casa que parece mostrar varias casas en una, sino en el enorme espacio interior, un gran patio de tres pisos sin divisiones, con una enorme techumbre de cristal, muchas columnas y barandas cargadas del mal gusto propio del nuevo rico. Para los inviernos asturianos las divisiones interiores son muy importantes, pues permite calentar eficientemente los espacios y evitar la pérdida de calor. Pero un patio interior tan grande –que quedaría perfecto para el clima de la Ciudad de México– muestra en Colombres el despreocupado derroche por el gran costo para mantenerlo caliente en invierno. De hecho, ahora el museo no se puede permitir el lujo de encender la calefacción, y en invierno hace el mismo frío dentro que afuera.

Hay un fuerte aire nostálgico en la casa de este indiano: una casa que se pretendía sin tiempo ni lugar, en donde se procuraba secundario el origen de la fortuna, muestra que ese origen lo era todo, pues la familia indiano-mexicana tuvo que venderla en 1920 por la muerte en México del arruinado indiano. El indiano perseguía una fortuna, para ser alguien en su pueblo, y si cometía algún pecado, sería ignorar a los hombres y mujeres que usaba para conseguirlo. Esto transpira la casa del indiano y su gran palmera: el verdadero tiempo y lugar se conforma en sociedad y aunque se quiera mostrar otro tiempo y lugar, el verdadero salta, corta, rompe.

Patio interior de la casa de Íñigo Noriega. Foto: Luis Ramos-Alarcón Marcín, Diciembre 2013.

Patio interior de la casa de Íñigo Noriega. Foto: Luis Ramos-Alarcón Marcín, Dic. 2013.

 

Las sociedades no son cosas fáciles. La casa del indiano muestra que llevamos sociedades grabadas en la frente. Tal vez una nos sea grabada pasivamente de pequeños en la casa paterna, pero participamos activamente en otros grabados cuando trabajamos, cuando nos casamos, cuando tenemos hijos, cuando triunfamos y cuando nos arruinamos.

Foto de la excavación del tajo para la desecación del Lago de Chalco. Foto: Luis Ramos-Alarcón Marcín, Diciembre 2013.

Foto de la excavación del tajo para la desecación del Lago de Chalco. Foto: Luis Ramos-Alarcón Marcín, Diciembre 2013.

 

Casi todos los lagos y pantanos del Valle de Anáhuac han sido desecados, pues en ese Valle la manera más fácil de hacer fortuna es la apropiación de la fértil tierra dejada por la desecación: mientras que el lago o el pantano no tenía dueño o su propiedad fuera comunal, la tierra desecada es muy fértil para la cosecha o la ganadería y se podía vender. Este proceso se aceleró en la primera mitad del siglo XX y fue acelerado en 1940 en que se ordena esto por Ley. Las migraciones a la Ciudad de México a partir de los años sesenta fueron la tierra fértil para una segunda revolución de la tierra antes lacustre, la construcción de unidades habitacionales y casas de tabique de concreto en calles de emparrillado. Con suerte se deja ver algún árbol, de preferencia un ahuehuete –árbol acuático, tal vez en recuerdo del pasado lacustre–, pero rara vez una palmera.

Así, en México hay tristes restos de la iniciativa de Íñigo, ya no la hermosa hacienda de Xico –construida por Íñigo en el centro del lago desecado y en donde los domingos acostumbraba a recibir a su amigo Porfirio–, sino de la tarea continuada por otros oportunistas mexicanos: las vacas que pastaban en las fértiles tierras de Chalco han cedido su lugar a unidades habitacionales y pequeñas casas grises. Y como con el indiano, no encontraremos en esos apartamentos y casas a los autores intelectuales de esta nueva modificación, sino que ellos estarán viviendo en el occidente de la ciudad, en lugares que nunca recuerdan el origen de la fortuna. Pero perdamos cuidado, pues seguramente encontraremos ahí palmeras entre encinos y laureles.

Aunque el cuadro de Evaristo Valle no tiene pensado un indiano en particular, el pintor bien creería que podría retratar a Íñigo Noriega, tal vez en alguno de sus viajes a la casa de Colombres, antes de ser arruinado por la Revolución. Esta pintura hace un juicio sobre la pareja indiana. Pero es un juicio con información insuficiente. Después de conocer la historia de Íñigo, ya no sé si me sigue pareciendo cruel esta representación o, más bien, me parece incompleta: no muestra que la mujer y los hijos del indiano no heredan el origen de la fortuna, sino sólo sus productos, de modo que hoy en día muchas casas de indianos están abandonadas y en ruinas. Se han salvado aquellas que compró el gobierno –como la de Íñigo Noriega– o algunos nuevos ricos como casa de campo. Pero con la crisis española es probable que retomen su camino a la ruina. Lo que falta a la pintura de Evaristo Valle es estar colgada en el patio interior de la antigua casa de Íñigo. En ese contexto –en lugar de la asepsia del museo– la pintura mirará al resto que le falta.

SIGUEME en Twitter @LuisRamosAlarco @ideas4solutions

 


About Ramos-Alarcón Marcín

Doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca, licenciado y maestro por la UNAM, Luis es profesor en la UACM y en la UNAM impartiendo Seminario Permanente de Historia de la Filosofía y Profesor investigador de la Licenciatura en Historia y Sociedad Contemporánea, Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales. Profesor Visitante de Post-Doctorado en la Universidad de Princeton, New Jersey en 2011. Consultor de filosofía
Instituto de Educación Media Superior del Distrito Federal en 2004. Ha escrito libros de ética para bachillerato y diversos artículos sobre filosofía moderna. Ha realizado estudios de pintura en la Ciudad de México, en Barcelona y en Florencia.