por Eduardo T. Peña
Tenemos la costumbre de no reconocer nuestros errores y siempre buscar a otros para echarles la culpa. Se les llama “cabeza de turco”. Uno de los pocos que se aguanta las críticas y no puede buscar al antecesor para culparle los males de su país, es el señor Maduro, presidente de Venezuela. ¿Se imaginan ustedes que el hijo le eche la culpa al coronel Chávez, después de haberse enorgullecido de ser su sucesor y tener su puesto gracias al carisma del padre putativo? Pero si lo hiciera tendría toda la razón. Un país no entra en el estado de carencias y crisis de la noche a la mañana, como ha ocurrido en Venezuela. Las pocas semanas y los meses transcurridos desde que el señor Maduro asumió el poder no lo acusan, porque en verdad, la culpa es del otro, del anterior. Pero nadie lo absuelve de haber tomado el poder sin estar preparado para ejercerlo. Es un pecado de audacia cuyas consecuencias las pagará el pueblo engañado que votó por él.
Esa carencia de lo indispensable, los supermercados vacíos, la inseguridad que acusan los venezolanos no han sido causados directamente por Maduro. El culpable es Chávez por su manejo populista de la economía de un país que, si fuera un ser humano, los dólares le saldrían de las orejas por su riqueza y abundancia de recursos. Él, Chávez, destruyó la economía con una política sesgada por sus sentimientos. Dueño de los poderes del Estado, llegó al colmo de dictar leyes a su antojo como si fuera el poder legislativo, y, lo que es peor, autorizado por el mismo congreso, que así abdicó de su esencial función. Tuvo a sus órdenes el poder electoral y tornó a su antojo a voluntad popular. Nombró y expulsó a los jueces. Es la verdadera Dictadura del Proletariado. Ningún gobernante en nuestras repúblicas ha podido hacer de la hacienda pública un medio para regalar petróleo en nombre de la llamada “solidaridad socialista”, como si fuera dinero de su propio bolsillo. Todas esas faltas, para no llamarlas de otra manera, irán saliendo poco a poco y aparecerá el verdadero Chávez. Entonces la aureola de generoso dispensador de bienes a los pobres se convertirá en dogal y la historia lo incluirá en la lista de los tiranos. Ya no tendrá el carisma y las maldiciones sustituirán a las lágrimas vertidas por su muerte. Pero será tarde, porque no se podrá recuperar lo despilfarrado ni el mal que hizo, ni los muertos podrán resucitar. Tal vez continúe el señor Maduro, que también controla el poder judicial y solo postergará un tiempo el parto de la verdad. Cuando todo salga a la luz, cuando la democracia vuelva a Venezuela, se escuchará la voz de Cantaclaro venciendo a los demonios.
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