por Rodrigo Llop
Daniel vivió en Hermosillo toda su vida. Desde que tiene uso de razón, nunca quiso hacer otra cosa que casarse ahí, vivir ahí, tener hijos ahí. Sonorense de corazón, orgulloso de su estado. El D.F, para él, igual que para gran parte de su familia, era el monstruo come familias; la realidad contraria a sus sueños.
De complexión delgada y tez morena, Daniel es el mas acelerado de todos. Bajo de estatura, vive con una sonrisa en la boca. Calvo por convicción, un día decidió rapar lo poco que le quedaba en los lados. Amante de las artes y en particular de la arquitectura, disfruta de pasear por el centro, encontrando cada semana al menos un edificio nuevo. Puede pasar un fin de semana completo deambulando y tropezando en ocasiones mientras ve sólo hacia arriba las ventanas y las cornisas. Un verdadero experto.
Un soleado día de junio del 2009 Daniel se encontraba sentado en una banqueta. Un cigarro encendido en su mano derecha. La mano izquierda en su cabeza sosteniendo su entonces despeinado cabello que se viene de hacia abajo por mirar al piso. Siente el calor del sol que le cae como plomo en su espalda. Su frente con sudor. Ni un solo ruido. De vez en vez se le da una profunda calada a su cigarro al tiempo que suspira nervioso.
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