Por Rodrigo Llop.
La tarde empieza a pintarse de azul marino y comienza a caer una ligera lluvia. El senador Macario Simón sale abruptamente de la sede del Senado y corre hacia un BMW negro que estaba estacionado en doble fila con las intermitentes encendidas. Al volante Calixto, su secretario particular. Su rostro se pinta del centelleante rojo del anuncio de neón del Teatro Fru Fru que apenas funciona. Varios policías tratan de hacer que se mueva con pitidos de silbatos y muestras de intimidación con la libreta de infracciones. Calixto se muestra indiferente ante los llamados de atención. Mira hacia otro lado mientras finge que silva.
Calixto es un muchacho que empieza su carrera política. Macario lo llama “El Jocoque”, porque dice que lo hicieron por no tirar la leche. Según él, así hará carácter su débil y emocional esbirro. Su oportunidad aparece, porque el padre de Calixto es amigo cercano del senador Macario Simón. Él siempre quiso ser artista. Lo que verdaderamente le apasiona son la pintura y las artes plásticas, pero proviniendo de una familia de políticos, no tuvo otra opción. Nunca supo manejar la presión de su padre –subsecretario- y de sus hermanos –diputado y delegado-. Calixto aprende del senador Macario Simón, pero lo que verdaderamente goza es pasearse por los pasillos de Palacio Nacional, disfrutar de las obras de los muralistas mexicanos y codearse con los directores de los museos como el Tamayo y el de Arte Moderno. Calixto sabe que no es bueno para la política y todas las tardes, cuando llega a casa, se quita el traje, la corbata y los zapatos elegantes y se pone a pintar en un overol que de por sí parece ya una obra de arte. Como buen artista, tiene poco interés en hacer una fortuna, pero la presión de su padre lo conflictúa día con día.
De forma acelerada, el senador Macario Simón entra al auto y se sacude el exceso de agua de su poco pelo como lo haría un perro callejero. Varios años de fumar cigarro y el sobrepeso hacen que al senador le falte el aire y sude de sobremanera, incluso sólo de correr unos pocos metros. Tose y jadea. En ese momento, voltea a ver el rosario que cuelga en el espejo. Con una mirada burlona agita la cabeza y dice -“¡No mames, Jocoque!”.
-“¿Qué tal la sesión?” – pregunta Calixto mientras arranca el coche.
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