Por Rodrigo Llop.
Confucio decía “donde hay justicia, no hay pobreza”. Uno piensa, donde hay miseria, entonces ¿qué hay?
Era de mañana y finalmente había dejado de llover después de varios días de torrenciales aguaceros. El primer rayo de luz de la mañana entra por la ventana e ilumina la estufa y una vieja jarra de barro con café casi quemado. Al lado, un televisor blanco y negro que sintoniza el noticiero. Un hombre se encuentra sentado en una vieja silla de madera y mimbre frente al televisor, sin embargo no la está viendo. Su mirada perdida en el horizonte.
La imagen no es del todo clara por las anticuadas y dobladas antenas de conejo. Con mucha estática apenas se escucha la crónica del comentarista de noticias. A diferencia de su acostumbrado traje obscuro y la impecable corbata de todas las mañanas dignos de una portada de revista de moda, se presenta con un impermeable en un lugar que parece ser alguna sierra alejada o selva tropical. Se le ve nervioso y no articula con facilidad las frases que cotidianamente domina en el estudio.
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