Jorge Uribe Piedrahíta
Comunicador Social/Periodista Colombia
Durante toda la historia, el hombre ha sido testigo de catástrofes naturales, de actos que interrumpen su tranquilidad para mostrar la violencia que carga la naturaleza cuando está enojada. El terremoto de Japón, que convirtió al Pacífico en una marea negra y apocalíptica, dejó a los hombres pasmados ante la ira de la Tierra. Era como estar viendo escenas de la película “2012”, que trata el fin de la humanidad.
Pero la de Japón es solo una pequeña muestra de lo que es capaz de hacer la naturaleza cuando está cansada de tanto atropello del hombre; desde 2010, se han desmoronado territorios, y hubo 20 mega terremotos por encima de los 8 grados. El nuevo año inició con el de Haití de 7,3 grados, que desoló la isla y produjo la muerte de más de 300 mil personas.
Después el turno fue para Chile, cuando un terremoto de 8,8 grados provocó un tsunami con olas de más de ocho metros a lo largo de 500 kilómetros de costa. El sismo que se ubicó entre los cinco más fuertes de la historia reciente, mató a más de 600 personas, dejó a millones de damnificados y cerca de 500 mil viviendas desplomadas.
Tampoco bastó con los dos anteriores, de nuevo la Tierra quiso hacer eco, y por eso se meció en Pakistán, donde sufrieron una de las más devastadoras inundaciones de su historia: Las lluvias cubrieron el 30% del territorio, dejaron al menos dos mil muertos, tres mil heridos y casi dos millones de casas destruidas y más de seis millones de desplazados. Mientras en Pakistán llovía, Rusia era acosada por uno de los peores incendios forestales de los últimos 130 años.
En Colombia, la Tierra no fue solidaria, se vivió una crisis humanitaria por el invierno más ardiente que se tenga en la memoria: En noviembre cayó 500 veces más lluvia que en el mismo mes en años anteriores. El Gobierno determinó que más de 300 personas murieron y dos millones y medio quedaron afectados por la ola invernal que ahogó al país.
Y sin dejar tregua alguna, en 2011 la Tierra continúo su guerra contra los humanos con un sismo de 6,3 grados en Nueva Zelanda; convirtiéndose en el peor para ese país en los últimos 80 años. El poderoso movimiento telúrico desprendió un pedazo del hielo de treinta millones de toneladas, una especie de isla a la deriva abandonada a su suerte, como si fuera una señal bíblica.
“Occidente siempre ha sido fiel a una profecía apocalíptica sobre el fin del mundo, antecedida por hecatombes, guerras, epidemias y otras cosas; es muy normal que tras el calentamiento global, los terremotos; la crisis política en la sociedad árabe –musulmana, el riesgo nuclear, los escándalos de corrupción, la expansión del SIDA, la hambruna… entre otros; se crean las teorías religiosas sobre el fin del universo”, explicó el sociólogo Lucas Restrepo Ricardo.
Por ahora, el mundo debe estar alerta a nuevas acciones de la Tierra, en busca de una reparación de tantos actos que disminuyeron todo su potencial en pro del bienestar de la raza que la habita, e igualmente, se debe entender que hoy se sienten con más magnificencia el poder de la naturaleza, pero dado por los avances tecnológicos, la evolución de los medios y la urbanización de los territorios.
“La gente no recuerda mucho el desastre en Nagasaki e Hiroshima, pero nunca olvidarán los dos aviones chocando contra las Torres Gemelas. En 1946, la televisión era a blanco y negro; lo ocurrido en 2011 estuvo concurrido por unos medios que captaron paso a paso la hecatombe. Por ende, es mucho más atrevido decir que están pasando más eventos naturales en la actualidad, que hace 100 años; pero quizás pasaban igual, pero no eran emitidos en medios”, explicó Sonia Restrepo Guiral, especialista en medios.
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