Durante los últimos años, el gobierno brasileño inició una campaña de posicionamiento ante la comunidad internacional, mostrándose como un país con desarrollo sostenido y con mejoramiento constante de las clases menos favorecidas; pero lo cierto es que la nación carioca con más de 200 millones de habitantes, es un territorio de contrastes, y su infraestructura flaquea frente a la oleada invernal que azota sus tierras; es claro que en cuanto a normatividad de seguridad para construir en lugares de riesgo, Brasil saca cero y reprueba esta materia.
Y es que la que es considerada la potencia latinoamericana, deja en evidencia la fuerte brecha que hay en infraestructura, muchas familias quedaron en el lodo, después de que sus viviendas fueran arrasadas por aludes, y cantidades de habitantes quedaron sumergidos en una tumba natural, construida por las lluvias, el terreno y la débil infraestructura del país más rico de la región.
“Lula mercadeo muy bien el país; pero queda claro que la gran potencia suramericana aún no está preparada para afrontar estas crisis que se le presentan anualmente, generando hecatombe por donde se mire. Llueva mucho o poco, el desastre en Brasil, deja decenas de familias desplazadas, sobre todo en estados como Río de Janeiro, en donde construir sobre las laderas es una constante”, explica Jairo Henríquez, especialista Geopolítico.
Sopena de saber que la naturaleza es incontrolable y sus acciones no las puede evitar nadie; gran parte de las consecuencias que genera el invierno en los países, es la falta de políticas de prevención de emergencias; así mismo los gobiernos locales ignoran el peligro que representa el construir sin control en cualquier lugar del territorio, sobre todo en áreas de alto riesgos. Tanto en Colombia como en Brasil, es muy común ver asentamientos, colonias, favelas o barrios que se construyen por gente inexperta y ante esto las autoridades evaden la situación.
Según Reginaldo Balieiro Diniz, subsecretario de Estado para la Vivienda de Río de Janeiro, el problema viene desde los años 50, cuando no se controlaban las obras de construcción en cualquier parte; ahora las arbitrariedades dejan un saldo de 827 muertos y más de 30 mil personas que tienen que dejar sus hogares por el peligro que representa habitar las destruidas zonas.
Lo preocupante, tanto para Brasil como para el mundo, es que ante las flaquezas en infraestructura, el considerado país potencia, debe tomar fuertes medidas, ya que se le aproxima el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos, eventos universales que convocan a miles de turistas, humanos de todos los hemisferios del Planeta, que se reúnen en torno a las justas deportivas.
Por ahora, la electa mandataria carioca, Dilma Rousseff, ya inició un proceso de reajuste con la designación de 419 millones de dólares para el Ministerio de Integración Nacional, el organismo que se encargará de la recuperación regional. De acuerdo a lo citado, estos fondos se utilizarán para prestar asistencia humanitaria, realizar adecuaciones para prevenir inundaciones y hacer una recuperación de la infraestructura nacional.
Está claro que lo que ocurrió en Colombia y posteriormente, en Brasil; debe ser la punta de lanza para los demás gobiernos de la región, que deben implementar acciones urgentes para mejorar la calidad de vida de sus habitantes y hacer inversiones poderosas en la infraestructura de su territorio. Debe quedar por sentado, que la competitividad de un país radicará en cuan seguras son sus instalaciones y si están preparados para asumir las consecuencias de una naturaleza enojada.
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