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Medio Oriente: la hora de quitar el velo

José Hamra Sassón

Es difícil (si no es que imposible) saber cuál será el alcance y corolario de las llamadas revoluciones de corte social que iniciaron en Túnez. Lo cierto es que las manifestaciones en diferentes países del Medio Oriente marcan el fin de la región tal y como nos tocó conocerla.

Los estallidos sociales de enero 2011 en diversos países árabes (Túnez, Egipto, Yemen, Jordania, Argelia, más los que puedan sumarse) responden a contextos particulares, que obligan a entender los factores que hacen diferencia entre ellos: posición y alianzas en la geopolítica internacional y regional, profundidad de las reformas políticas y económicas de los últimos años, estructura de poder, fuerza del ejército y su rol en el régimen, desarrollo de los movimientos islamistas como alternativa sociopolítica, uso de la religión (el islam) como legitimador del poder político, presencia y fuerza de la oposición, surgimiento de un claro líder opositor, entre tantos.

En cada caso, cada una de las revoluciones/manifestaciones transitará por caminos diferentes y tendrá su propio final. De hecho, el aparente efecto dominó no necesariamente abarcará a la mayoría de los países del mundo árabe.

Paradójicamente, Medio Oriente, a finales de enero de 2011, ahora sí parece inestable. Sí, la misma región que contiene el conflicto Israel/Palestina, el rompecabezas del Líbano, la fractura de Irak, el crucigrama de Irán, la raíz de Al-Qaeda y su “cruzada” islamista global y el espacio de un sinnúmero de conflictos inter-estatales (no sólo el de Israel con el mundo árabe/islámico). El Medio Oriente que se proyecta por la escasez de agua como razón para las guerras del futuro, también estigmatizado por sus grandes reservas petroleras. El Medio Oriente de los Saddam, Ayatolas, Sharon, Hamás, Hezbollah, Nasser y Gadaffi. Sí, el Medio Oriente parece más inestable que nunca (un nunca tan lejano como el fin del Imperio Otomano).

La razón es que hoy los actores que salen a escena son justamente grandes muchedumbres que ponen en jaque a los regímenes autocráticos que, en la dimensión interna, habían alcanzado cierta “estabilidad”. Vamos, ya estábamos acostumbrados a considerar, por ejemplo, al régimen de Mubarak y compañía como si se tratara de un activo ad “eternum”. Ni siquiera la invasión de Estados Unidos a Irak, bajo la consigna de “cambiar al régimen” generó tan alta impresión de “inestabilidad”. El Gran Hermano Bushiano se haría cargo del desorden o por lo menos sería señalado como responsable.

Las revoluciones/manifestaciones sociales han resultado contagiosas. La presión social en Túnez fue suficientemente fuerte como para tirar, en unos cuántos días y sin balas de por medio, al gobierno de Ben Ali, quien rigió ese país del Norte de África por 32 años. El mensaje social, de un país considerado modelo por el FMI, llegó fácilmente a otras latitudes: se puede tirar sin violencia a un gobierno no legitimado por la sociedad.

En esta ocasión, atestiguamos como las “masas” son las que asumen el protagonismo, sin que un liderazgo claro las encauce, al menos en un principio. La dimensión social se consolida como factor de cambio en países donde se han establecido regímenes autocráticos de diversas características pero que comparten algunos patrones:

– Líderes que se aferran al poder a través de mecanismos aparentemente democráticos y claramente amañados
– Altos grados de corrupción gubernamental y nepotismo- Represión política y social
– Altas tasas de pobreza y desempleo, aunada a la escalada global de precios
– Falta de oportunidades para los jóvenes.

Otro gran protagonista han sido las Tecnologías de Comunicación e Información (TIC), en particular Facebook y Twitter (pero no únicamente), que han logrado articular el descontento social hasta estallar en actos masivos de resistencia no-violenta. En Túnez, las manifestaciones siguen a la orden del día a pesar de la reconfiguración del gobierno.

¿Habría triunfado la revuelta tunecina sin la existencia de las redes sociales? En 1982, por ejemplo, en la ciudad de Hama, Siria, un levantamiento encabezado por la Hermandad Musulmana acabó con una sangrienta represión por parte del régimen de Hafez el-Assad que dejó entre 10,000 y 40,000 muertos (según quién haga la cuenta). La masacre no trascendió. Hoy sería impensable no enterarse de un baño de sangre de esa magnitud y que no se levante al menos ámpula a través del Internet.

El caso de Egipto es particularmente interesante en este sentido. Según un cable de WikiLeaks, fechado en enero de 2010, en este país existen unos 160,000 bloggers que desde hace al menos cinco años activan y comparten su descontento por la carencia de libertades civiles y la fuerte represión contra la disidencia política. No es casualidad que con el inicio de las protestas, Mubarak ordenara la suspensión del servicio de Internet en todo Egipto. Una medida excepcional, marcada por la desesperación. En este sentido, las TIC han facilitado la articulación de diferentes sectores de la sociedad civil descontentos con el régimen. Ante el poder represivo del gobierno, el poder de la sociedad que se impone por número y coraje, fortalecida por su capacidad de comunicar, expresar y hacerse sentir a través de las fronteras.

Egipto, el país árabe con mayor población (unos 80 millones de habitantes) es un referente regional y lo que allí suceda seguramente determinará el futuro de al menos el Medio Oriente. En los años 60 encabezó el movimiento panarabista de la mano de Nasser. Así como fue en su momento el principal enemigo del Estado de Israel, también fue el primero en reconocerlo y firmar un acuerdo de paz.

Egipto es también cuna del islamismo político y sede de la Liga Árabe. Es además un actor regional vital para los intereses de Estados Unidos. Después de Israel, es el país que recibe más ayuda económica por parte de Washington: dos mil millones de dólares al año. De esa suma, el año pasado 2/3 partes fueron destinadas a su ejército, el décimo más grande del mundo (con unos 460,000 efectivos que, dicho sea de paso, no han sido llamados a reprimir – aún – las manifestaciones).

Existen diversos escenarios sobre lo que pueda suceder con Egipto (ver por ejemplo, Egipto, “la revolución de la gente” de Mauricio Meschoulam). Nada es claro aún. A diferencia de Europa que ve inquieta pero silenciada lo que sucede del otro lado del Mediterráneo, en la Casa Blanca han declarado la necesidad de reformas profundas, desmarcándose de su gran aliado árabe, pero distante del llamado que hizo Obama a mediados de 2009 en su célebre pero ya lejano discurso de El Cairo.

En este sentido, existe una constante que preocupa, que tiene sus raíces en la formación del moderno Medio Oriente. Es el doble rasero con que se establecen las relaciones entre los países de esta región y el llamado primer mundo. Los Estados independientes que se erigieron tras la retirada del colonialismo británico y francés acabaron emulando un sistema clientelista que propició la limitación o supresión de las libertades civiles en los países árabes.

La aparente estabilidad interna implicaba el aseguramiento de los intereses geopolíticos: llámense acceso a recursos petroleros, pasos regionales, contención de enemigos (V.g., la URSS, el Irán jomeinista, Al-Qaeda). Estados Unidos y Europa se han hecho de la vista gorda y han solapado la opresión y la pobreza con tal de mantener “estable” al Medio Oriente, apoyando a regímenes que mantienen/mantenían un statu quo conveniente para sus intereses.

Así pues, las revoluciones/manifestaciones que brotan en diferentes países del Medio Oriente llevan también un mensaje intrínseco que no se puede obviar tan fácilmente. Los principales socios de estas autocracias en jaque son los países desarrollados que se vanaglorian de los derechos civiles para sus sociedades, pero que han tolerado a contentillo su violación o inexistencia en estos países que hoy se convulsionan para sorpresa de muchos.

En pocas palabras, las prácticas del colonialismo de la primera mitad del siglo XX se mantuvieron vigentes hasta ahora bajo un velo que hoy las sociedades árabes comienzan a descubrir.

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Es twittero de ocasión @jhamra y cuenta con el blog Frente al Espejo, un espacio que documenta y evidencia la coexistencia en Israel/Palestina.


About José Hamra Sassón

José Hamra Sassón es Licenciado en Sociología Política por la Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa (México, DF) y tiene un M.A. en Ciencia Política por McGill University (Montreal, Canadá). Actualmente cursa estudios de Posgrado en 17, Instituto de Estudios Críticos (México, D.F.). Especializado en asuntos del Medio Oriente, ha sido comentarista en radio y televisión. Es twittero de ocasión @jhamra y cuenta con el blog Frente al Espejo, un espacio que documenta y evidencia la coexistencia en Israel/Palestina.