Jorge Uribe Piedrahíta
Comunicador Social/Periodista Colombia
El objetivo que tenía el pastor anglicano, Terry Jones, de quemar el Corán el 11 de septiembre, como conmemoración de los ataques perpetuados hacia las Torres Gemelas de Nueva York, era un abono a la iniciativa islámica “Jihad” o guerra santa, la que nunca se debe tomar a la ligera.
La paranoia se expandió por los grupos extremistas islámicos, los que promovieron y aplaudieron la hecatombe del 11 de septiembre de 2001, y quienes no pierden momento para lanzar injurias contra los occidentales a quienes denominan como corruptores e infieles.
Al mejor estilo del monje Savonarola, quien en la época del Renacimiento Florentino, ordenó las “hogueras de las vanidades”, en las que se quemaron pilares de libros, entre ellos obras de Bocaccio y Petrarca, teniendo como excusa que corrompían el espíritu. El mismo acto discriminatorio llevó a la persecución del Popol Vuh, libro sagrado de los mayas -quiché, ordenada por Fray Diego de Landa en 1562 durante la colonización de la península de Yucatán y Guatemala.
Hoy, gracias a la diplomacia política y a la intervención de grupos sociales, el famoso pastor se retractó y declaró en Today, uno de los programas más vistos de la televisión norteamericana, que ya no llevaría a cabo su plan.
Pero su comportamiento tiene unos antecedentes que parten desde que el imán Feisal Abdul Rauf, director religioso de la comunidad musulmana que vive cerca de la zona donde solían estar las Torres Gemelas, hoy conocida como la “Zona Cero”, proyecta construir a cinco cuadras del lugar, un Centro Comunitario Musulmán que incluye una gran mezquita.
Eso genera malestar en estadounidenses como el pastor Jones, quienes ven como provocador el hecho de construir dicho templo musulmán en cercanías al lugar donde fallecieron miles de ciudadanos y se perpetró uno de los acontecimientos más trágicos de todos los tiempos. Sopena de que muchos musulmanes condenen los actos del 11S, si hay que reconocer que este lugar se convirtió en sagrado para muchos, y finalmente la construcción de esa mezquita representará una espina dolorosa en el dorso de Nueva York y una excusa para la exaltación y el amotinamiento.
Por ahora, se debe esperar de los nativos, mucha tolerancia y sentido común, para evitar lo que a veces parece inevitable: La aniquilación de la raza humana en una guerra mundial, que se prendería por una sandez como la quema del Corán o la construcción de dicha mezquita.
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